Título y autor/a: | El buen alcalde, de Andrew Nicoll. |
Clave de lectura: | Amor que sí, amor que no... La historia de Tibo y Agathe. |
Valoración: | ✮✮✮✩✩ |
Comentario personal: | Una obra de tono agradable. |
Música: | Quiet City, de Aaron Copland ♪♪♪ |
El libro al que hacemos hoy los honores es El buen alcalde, de Andrew Nicoll.
En la pequeña ciudad de Dot, perdida en algún lugar de largos inviernos, hace años que Tibo Krovic es la primera autoridad municipal. Todos le conocen por su sobrenombre: el buen alcalde Krovic.
Bajo el reloj de la catedral que da perezosamente las horas, la vida transcurre plácida para los dotianos.
Bueno, no tan plácida. Hektor, un artista bohemio y macarra, es asiduo visitante de los juzgados, donde le defiende el obeso abogado Yemko Guillaume. Y su primo Stopak pasa más tiempo en la taberna de Las Tres Coronas que en su trabajo como empapelador.
De manera que la señora Stopak, Agathe, se siente dejada de lado por mucho que se compre lencería fina o cocine sugerentes platos.
¿Y el propio alcalde? También sufre un problemilla propio: está secreta y perdidamente enamorado de Agathe, su secretaria en el ayuntamiento.
Ah, no nos olvidemos de otro personaje importante: la anciana Mamma Cesare, dueña del café El Ángel Dorado y descendiente, según se ufana, de un largo linaje de hechiceras. Ni de una troupe de fantasmas circenses.
Tampoco de santa Walpurnia, la patrona de Dot, una virgen barbuda que narra la historia.
¿El punto fuerte de todo esto? Quizá, el intento de transmitir vibraciones positivas al lector. ¿Y el débil? El moroso ritmo en espiral elegido por Nicoll: es a mitad del relato cuando empiezan a pasar cosas.
Otro aspecto a discutir serían algunos cambios de rumbo coronados por un pasmoso desenlace, pero en fin... Dejémosla como una obra de tono agradable, con buenas intenciones, que se deja recorrer sin problemas.
No mucha gente encuentra un motivo para navegar rumbo norte hacia el Báltico, y menos aún hasta las aguas poco profundas del mar donde desemboca el río Ampersand. Además, son tan pocas las islas que puntúan la costa, algunas de las cuales aparecen solo cuando baja la marea e incluso las hay que se unen con sus vecinas con la veleidad de un Gobierno italiano, que los cartógrafos de estas latitudes habían abandonado hace tiempo cualquier intento de trazar un mapa del lugar.