sábado, 20 de febrero de 2010

El buen alcalde

Clave de lectura: Amor que sí, amor que no... La historia de Tibo y Agathe.
Valoración: ✮✮✮✩✩
Comentario personal: Con buenas intenciones, aunque le falta ritmo.
Música: Quiet City, de Aaron Copland ♪♪♪
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Portada del libro El buen alcalde, de Andrew Nicoll.

El libro al que hacemos hoy los honores es El buen alcalde, de Andrew Nicoll.

En la pequeña ciudad de Dot, perdida en algún lugar de largos inviernos, hace años que Tibo Krovic es la primera autoridad municipal. Todos le conocen por su sobrenombre: el buen alcalde Krovic.

Bajo el reloj de la catedral que da perezosamente las horas, la vida transcurre plácida para los dotianos.

Bueno, no tan plácida. Hektor, un artista bohemio y macarra, es asiduo visitante de los juzgados, donde le defiende el obeso abogado Yemko Guillaume. Y su primo Stopak pasa más tiempo en la taberna de Las Tres Coronas que en su trabajo como empapelador.

De manera que la señora Stopak, Agathe, se siente dejada de lado por mucho que se compre lencería fina o cocine sugerentes platos.

¿Y el propio alcalde? También sufre un problemilla propio: está secreta y perdidamente enamorado de Agathe, que trabaja con él como secretaria en el ayuntamiento.

Ah, no nos olvidemos de otro personaje importante: la anciana Mamma Cesare, dueña del café El Ángel Dorado y descendiente, según se ufana, de un largo linaje de hechiceras. Ni de una troupe de fantasmas circenses que tendrá su papel en el desenlace.

Ni tampoco de santa Walpurnia, la patrona de Dot, una virgen barbuda que resulta ser la narradora de la historia.

No mucha gente encuentra un motivo para navegar rumbo norte hacia el Báltico, y menos aún hasta las aguas poco profundas del mar donde desemboca el río Ampersand. Además, son tan pocas las islas que puntúan la costa, algunas de las cuales aparecen solo cuando baja la marea e incluso las hay que se unen con sus vecinas con la veleidad de un Gobierno italiano, que los cartógrafos de estas latitudes habían abandonado hace tiempo cualquier intento de trazar un mapa del lugar.

Resulta paradójico que el pilar de la novela, el intento de transmitir vibraciones positivas, se convierta al mismo tiempo en su punto más débil, a mi modo de ver. La razón es el moroso ritmo en espiral elegido por Nicoll para que el lector se sienta cómplice de los dos protagonistas.

Así, vamos por la página 123 cuando Tibo se arma de valor para invitar a comer a Agathe. En la 171 se encuentran un sábado «por casualidad». Por la 200 o así, ya tenemos claro que también ella se ha enamorado, pero ninguno se decide a dar el primer paso.

Al llegar a la 216, Agathe muestra su malhumor por que el alcalde aún no la haya desnudado con frenesí. Entonces entra otra vez en escena Hektor y todo cambia de rumbo. Vaya, empiezan a pasar cosas. Sólo que estamos a mitad del relato.

Otro posible aspecto a discutir sería que ese nuevo rumbo deriva en una extraña mezcla de géneros, coronada por un pasmoso final.

Pero, pelillos a la mar: seamos indulgentes con las inconsistencias y dejémosla como una obra de tono agradable, con buenas intenciones, que se deja recorrer sin problemas.

Hala, a sufrir con esos corazones rotos, yo me voy al equivalente a Las Tres Coronas de mi barrio.


miércoles, 17 de febrero de 2010

Foto en Lepanto

Estatua de Cervantes en Lepanto, Grecia.

Un miserable y vil felón, bellaco, rufián, fementido, carne de galera, se atreve, ¡se atreve! a decir que Dulcinea es un vulgar ser de carne y hueso, no la más maravillosa princesa jamás soñada, y que se llama Aldonza.

¡Y me lo suelta a mí, en mis propias barbas!

Malhaya esas palabras, que yo haré prontamente que se trague.

Más le vale correr presto, porque a mandoble limpio he de verle arrastrarse por el suelo, humillándose ante la más fermosa figura, la más alta dama de todas las ínsulas y reinos que en el mundo han sido.

Pondrá su lindo pie sobre su cabeza y le suplicará le conceda el gran honor de ser su siervo, voto a tal. Voy a buscar mi adarga, que no sé dónde la he dejado...

domingo, 7 de febrero de 2010

Un frío amanecer

Un globo asciende al amanecer.

Era un frío amanecer.

Encendimos el fuego. La inmensa tela comenzó a hincharse, hasta que sólo las amarras pudieron retenerla.

Entonces, zarpamos.

El valle quedó lejos. Ascendimos más y más, navegando en busca de los vientos.

Pronto aprendí a escuchar los sonidos que me rodeaban. La llama que portábamos a bordo se confundió con mi propia respiración.

Mis ojos abarcaban el horizonte, mis manos querían tocarlo.

Aunque todo viaje tiene un final.

También cuando desconocemos el destino, cuando cada segundo es un minuto, cada minuto una hora, cada hora un día, cada día un año.

Cada año una vida.

Retornamos a tierra.

Y la vida continuó.

lunes, 1 de febrero de 2010

Las estrellas, mi destino

Clave de lectura: ¿Por qué abandonaron a Gully Foyle en el espacio? ¿Cómo logró sobrevivir?
Valoración: ✮✮✮✮✩
Comentario personal: Un clásico de la ciencia ficción.
Música: Apollo 13, de James Horner ♪♪♪
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Portada del libro Tigre, tigre (Las estrellas, mi destino), de Alfred Bester.

Tigre, tigre, de Alfred Bester (también editada con el título de Las estrellas, mi destino) es una fantasía interestelar con elementos detectivescos, un clásico del género.

Nos encontramos en el siglo XXV y la historia humana ha cambiado muchísimo desde que un tal Jaunte descubrió nuestra capacidad para teleportarnos con el poder de la mente. Es decir, jauntear.

Cierto que existen limitaciones, pues hasta el momento sólo es posible trasladarse a sitios que uno ya conozca y no más lejos de mil quinientos kilómetros. Pero quizá ese escollo acabe superándose para bien de la exploración del universo.

Y de las oportunidades mercantiles, por supuesto. El interés de las multinacionales por aumentar su cuota de mercado puede llevar hasta la guerra entre planetas.

Mientras tanto, debido a la amnesia, el mecánico de tercera Gully Foyle no logra aclararse. Las únicas imágenes del pasado que acuden a su mente corresponden a la nave en que viajaba, que resultó destruida, y a otra nave que, en lugar de rescatarle, le abandonó a su suerte.

De forma inverosímil pudo salvarse, aunque fuerzas poderosas le persiguen desde entonces y no entiende la razón.

Robin se tendió en el patio de mármol. Foyle conectó su cuerpo, aceleró hasta convertirse en una relampagueante mancha y abrió un agujero en la pared de cristal. Muy abajo en el espectro de sonido oyó apagados ruidos. Eran disparos. Rápidos proyectiles pasaron a su lado. Se echó al suelo y conectó sus oídos, recorriendo desde las más bajas tonalidades hasta los sonidos supersónicos y captando finalmente el zumbido del mecanismo de control del Atrapahombres.

Por ello ha de camuflar su identidad y, sobre todo, no dejar traslucir emociones que le hagan enrojecer o encolerizarse. Pues, cuando la sangre acude a su rostro... Algo pasa.

La recomendación de hoy.