Adolfo Sánchez Vázquez fue un sabio: profesor, doctor Honoris causa, laureado, premiado y reconocido por numerosas autoridades civiles y académicas.
Adolfo Sánchez Vázquez fue muy de izquierdas: más marxista que Karl, Groucho, Harpo, Chico y Zeppo juntos.
Adolfo Sánchez Vázquez fue un filósofo. ¿Y a qué nos invita la filosofía? A pensar.
A reflexionar sobre diferentes propuestas y visiones del mundo y llegar a conclusiones que definan nuestro yo, nuestra existencia personal.
Hago este preámbulo porque Ética y política, el libro de hoy, sostiene puntos de vista que irritarán a los adoradores del pensamiento único.
Yo me siento de acuerdo con el maestro en varios de los temas pero alejado en otros, por ejemplo.
Los dos primeros capítulos exponen la tendencia contemporánea de derechas e izquierdas a amalgamarse en una suerte de pragmatismo, de política sin moral. Si resulta necesario, se cae en contradicciones flagrantes con tal de gobernar.
Sánchez reivindica la política en su significado originario, el de la participación de todos los miembros de la polis en las decisiones que afectan a la comunidad. Y lo ilustra argumentando contra Rawls, el teórico fundamental del utilitarismo.
Igualmente errónea sería la moral sin política, tanto en su raíz kantiana (lo que importa son las intenciones del individuo, en el santuario de su conciencia individual, y no los resultados) como en la «moral de los principios», donde estos devienen en dogmatismo y fanatismo.
En la tercera exposición, acerca del uso de la violencia en nombre de un supuesto bien, se pregunta si ese bien, entendido como fin, justifica los medios. ¿Sí? ¿No? ¿A veces? ¿Cómo se decide cuáles son esas veces?
La cuarta discute si los intelectuales han de bajar a la tierra desde sus constructos teóricos y comprometerse de forma coherente con lo que predican.
Ética y marxismo: esta charla seguro que levanta ampollas a ambos lados de la barrera. Tras declarar que el socialismo de corte soviético fue espurio, y que el compromiso acrítico de la intelectualidad de izquierda con un sistema «de dominación y explotación» contribuyó no poco al desencanto, nuestro hombre insiste en defender la vigencia de sus ideas de base: Karl, Karl…
Para ello glosa varios de los escritos del renano, deteniéndose en las Tesis sobre Feuerbach y especialmente en la número XI: «Los filósofos se han limitado hasta ahora a interpretar el mundo; de lo que se trata es de transformarlo». El concepto de praxis ocupa un lugar central en su propia obra.
Ya en la segunda parte del libro, nos ofrece varios discursos de aceptación de honores universitarios y algún artículo periodístico.
Destaca una interesantísima ponencia donde analiza si es lícito ponerle límites a un valor como la tolerancia, fuente de libertad, respeto mutuo, convivencia pacífica. ¿Existen circunstancias en las que deba negarse a sí misma para poder defenderse, paradójicamente, de la intolerancia?
En suma, y estas son mis palabras, no nos conformemos con el pensamiento único, con la autocomplacencia en la piscina de nuestras ideas. Aprendamos todo lo posible para reforzarlas, pero tambien para ponerlas a prueba. Solo así nos aproximaremos, aunque aún sea de lejos, a la verdad.