Propongo este temazo musical para hoy: You’ll Never Walk Alone.
Nunca caminarás solo.
Música, libros, fotos, historias, pensamientos, ficciones, viajes y qué sé yo cuántas cosas más...
Propongo este temazo musical para hoy: You’ll Never Walk Alone.
Nunca caminarás solo.
Martes, día tutelado por un dios iracundo.
Tiwaz o Tyr hacia el septentrión, el de Tuesday, Dienstag o Tisdag.
Vamos, que por etimología es normal que los martes suenen a retumbos y goterones.
Martes de asedio. Una colérica tormenta de primavera.
Es difícil replicar el punch del grupo original, de acuerdo. El sonido que transmitía aquel Fokker DR1 en la época dorada de sus acrobacias…
Ah, pero en esta reconstrucción tenemos el motor y las alas del triplano, y los musicazos que forman el timón y el resto del fuselaje son de los buenos.
Con todos vosotros, en vivo y en videoconferencia, ¡Los Barones!
Si tenemos la suerte de una vida larga y llena de libros con que acompañarla, al final la «aristocracia» de lo leído, la crème de la crème, con sus títulos, nombres, patronímicos (si acaso hay personajes rusos) y oropeles en la memoria, será con seguridad más escasa que la «clase media».
Sin embargo, tenemos que apreciar esta última en su justo valor.
Representada, en el género novelístico, por obras que sin llegar a lo excelso están bien escritas, proponen una trama sólida, una ambientación conseguida y que, en resumidas cuentas, nos mantienen horas pegados a sus páginas.
Como Ciudad de ladrones, de David Benioff.
Aquí aparecen muchos rusos, y algunos alemanes también. No en vano, los protagonistas se encuentran en medio del asedio de Leningrado, a principios de 1942.
El autor relata que su abuelo mató a dos hombres antes de cumplir los dieciocho años, pero desconoce los detalles de la historia. De manera que va a visitarle, a él y a su abuela, a su retiro de Florida, y les pregunta sobre sus experiencias en la guerra.
Y así comienza una aventura con el adolescente Lev viendo descencer el paracaídas de un «Fritz» derribado, desde la azotea del edificio de apartamentos Kirov. El NKVD le captura tras saquear las pertenencias del aviador enemigo, por lo que solo le cabe esperar el fusilamiento.
Aunque no ocurre así, para su sorpresa. Al menos, no inmediatamente. Ni tampoco ejecutan al soldado con quien comparte su celda, el singularísimo Kolya, a pesar de que es la pena sumaria para los acusados de desertar.
El trato es este: si encuentran una docena de huevos en la ciudad sitiada, destinados a preparar un pastel para la boda de la hija de un coronel, olvidarán sus actos de «traición».
El coronel cree que ambos, como buenos ladrones, serán capaces de llevarle lo que sus propios hombres no han podido hallar.
La búsqueda los conduce al Mercado del Heno, lleno de peligros. A una casa tras las líneas, frecuentada por oficiales nazis. A sufrir la desconfianza de un grupo de partisanos, incluída la joven francotiradora Vika (la abuela). A enfrentarse al implacable y cruel Abendroth, de los Einsatzgruppen que peinan el bosque…
Como sugería al principio, no sé hasta cuándo me acordaré de ella pero, nada más terminarla, a mí esta novela me ha gustado.
Color ceniza: no me gusta.
Mi herencia romana tiene en esto más peso que la celta, con sus robles ocultos bajo perennes brumas.
Yo prefiero que, al abrir los ojos, lo primero del día sea un cielo azul. Con un punto más de magenta que de cian, ya que estamos.
Puede haber nubes, por supuesto. E incluso esas aeropistas por donde pasan los reactores y sus estelas de condensación a veces tienen cierta gracia.
Ahora, si ya empezamos la jornada directamente con grises, hum… Lleva a plantearse lo de salir de debajo de las sábanas.
Otro sábado de asedio.
Musicalmente hablando, en mi barrio se practican dos instrumentos: palmas y cacerolas.
A las horas marcadas, cada terraza recibe la visita de vecinos deseosos de mostrar sus progresos en el arte de la percusión. De aquí a nada, están tocando el Concierto de Ney Rosauro.
El asedio despierta al timbalero que todos llevamos dentro.
Hay sensaciones en la vida que no se dejan poner nombre con facilidad. Es como si de repente comprendiésemos «algo».
Algunos lo llamarán conciencia. Otros, espíritu o alma. O una tormenta electroquímica en el cerebro, qué más da.
Hay sensaciones, al escuchar las palabras Kommt, ihr Töchter, que significan el principio de un nuevo ser.
Efímero y sin embargo eterno.
Hasta que el último aliento de Wir setzen uns mit Tränen nieder nos devuelve a nosotros mismos.
Hay sensaciones en la vida que solo tenemos al escuchar la Pasión según san Mateo de Bach.
Oigo como si rascaran detrás de la puerta, qué raro.
Y aunque docenas de películas advierten a mi sentido común de que no vaya a ver, que mejor me quede sentadito donde estoy…
Porque puede ser un tipo con una motosierra, un alien, una asesina oriental, un vampiro, cuarenta zombis queriendo merendarse mis sesos, yo qué sé…
Me puede la curiosidad. Echo un vistazo por la mirilla.
Un señor enmascarado, con traje de guerra biológica de pies a cabeza, está fumigando el descansillo.
Tengo que autoconvencerme de que es bueno, de que está de mi lado en el asedio, de que ha venido para liquidar bichos.
Pero, por si acaso, le doy otra vuelta a la llave por dentro.
Es que eso de la máscara, uf…
A pesar de lo que decía ayer sobre la calma, reconozco que el asedio lleva un paso...
Como si a veces no quedara muy claro cuándo empiezan o acaban las jornadas.
Al señor del segundo, en el edificio de enfrente, parece que le vaya a dar un yuyu.
Ventana abierta, móvil en mano y cigarrillo en ristre, lo agita como si fuera el arco de un violín a punto de desencordarse. ¡Agitato, feroce, presto con fuoco!
Calma hombre, calma, contempla el jardín. Imagínate la caricia del atardecer, el susurro de los brezos…
Anda que no nos queda todavía asedio.