jueves, 23 de enero de 2020

Vocalise

Enero va transcurriendo y aún no he publicado ninguna entrada en el blog. ¿Me habré quedado sin palabras que expresar?

Vocalise, de Sergei Rachmaninov. Tampoco aquí hay palabras.


martes, 31 de diciembre de 2019

Los papalagi

Clave de lectura: Descripción por el jefe samoano Tuiavii del mundo de los papalagi blancos.
Valoración: A ver si aprendemos de una vez… ✮✮✮✮✩
Música: Sanibel, de Scott Cossu & Eugene Friesen ♪♪♪
Portada del libro Los papalagi, de Erich Scheurmann.

Como colofón del año tenemos hoy un librito, simpático en la forma, pero con carga de profundidad: Los papalagi. Discursos del jefe Tuiavii reunidos por Erich Scheurmann.

Los papalagi somos los «blancos extranjeros», aunque literalmente el término significa «quebrantador de los cielos».

A principios del siglo XX, en el auge del colonialismo, Samoa era territorio ambicionado por varias potencias occidentales. Así que enviaron a sus representantes para «civilizar» a los nativos.

Llevaron consigo grandes prodigios: barcos que dejaban atrás a las más veloces canoas, luz en medio de la noche, máquinas de todo tipo, el metal redondo, los muchos papeles, los palos que lanzan fuego…

Fue entonces cuando el jefe Tuiavii de Tiavea hizo a su vez un viaje a Europa, con ánimo de contar lo que aquí aprendiera a su pueblo.

Confiesa en sus notas que no siempre fue capaz de comprender nuestras costumbres. Para empezar, ¿por qué tenemos tantos tipos de taparrabos y esteras? ¿Por qué el ansia de cubrir los cuerpos? ¿Qué significa eso del «pecado»?

Llamaron también su atención las inmensas canastas de piedra que forman las ciudades, separadas unas de otras por grietas, bajo cielos de humo y cenizas. Y el hecho de que sus habitantes a menudo no conozcan ni el nombre de los vecinos.

Ah, los ojos de los papalagi delatan su gran amor: el dinero. En Siaminis lo llaman marco. En Fafali, franco. En Peletania, chelín, y en Italia, lira. Pero en todas partes es lo fundamental. Quizá solo el aire para respirar está —de momento— libre de su carga.

Los papalagi no cejan en su empeño de inventar objetos sin especial propósito ni belleza. Y las multitudes se vuelven locas por obtenerlos. Los ponen frente a ellos, los adoran y les cantan elogios.

Algo complicado de explicar es la falta de tiempo. Los papalagi dividen el día en horas, minutos y segundos, marcados por una especie de dedos que se mueven sobre una esfera. Perderlo les causa una angustia insoportable.

Las razones por las que unos papalagi son ricos y otros pobres, las profesiones, los locales de pseudovida, la enfermedad del pensamiento profundo o la oscuridad a la que quieren arrastrar a los samoanos, con la excusa de enseñarles las escrituras de su dios, son otros de los temas que se tratan en estos discursos.

Simplicísimos en su estructura y en sus palabras, casi infantiles. Y, sin embargo, en más de una ocasión he sacudido la cabeza a lo largo de su lectura, reconociendo el saber que en ellos se contiene.

Los papalagi no hemos cambiado. Seguimos aferrados a «necesidades» cuya obtención nos causa infelicidad y separación de la naturaleza.

Nada más. Con mis mejores deseos para el año nuevo…

Paz. Armonía. Lucidez.


jueves, 26 de diciembre de 2019

Batallas de la Guerra de los Treinta Años (I y II)

Clave de lectura: La primera gran guerra paneuropea, descrita en toda su extensión.
Valoración: Muy bueno ✮✮✮✮✮
Música: The Last Valley, de John Barry ♪♪♪
Portada del libro Batallas de la Guerra de los Treinta Años (II), de William P. Guthrie.

La extensión habitual de las entradas en el blog debería multiplicarse hoy por dos.

Porque ese es el número de libros de William P. Guthrie que entran al tiempo en liza: Batallas de la Guerra de los Treinta Años (de la Montaña Blanca a Nördlingen, 1618-1635) y Batallas de la Guerra de los Treinta Años (de Wittstock a la Paz de Westfalia, 1636-1648).

Mi opinión, desde luego, es que ambos volúmenes han de citarse como referencia cuando se desea ahondar en ese periodo histórico. La aportación de Guthrie en cuanto a detalles, cifras y fuentes de consulta adicionales parece una labor de orfebrería, por lo minuciosa.

Lo cual no quiere decir que se limite a rellenar cuadros de efectivos, proporciones entre picas y mosquetes, bajas o banderas capturadas. En absoluto. Su narración de los choques que preludiaron el espantoso destino de Europa a lo largo de los siglos venideros no deja un momento de respiro.

Asistimos así, desde los éxitos de inicio imperiales e hispánicos, y cuáles fueron sus causas, a la posterior preponderancia sueca y francesa, también extensamente razonada.

Richelieu, Olivares, Gustavo Adolfo, Tilly, Wallenstein, Condé, Turena, nombres que se aprenden en el colegio, se unen a otros no tan mentados pero de relevancia en el resultado final del conflicto.

Sin dar tampoco de lado los aspectos económicos, religiosos, geográficos o de ambición pura y ciega de los gobernantes que ayudaron a prolongarlo.

En tantas ocasiones las victorias estuvieron en el alero de convertirse en derrotas y viceversa…


martes, 24 de diciembre de 2019

La expedición del maestre de campo Bernardo de Aldana a Hungría en 1548

Clave de lectura: Carlos V, Fernando I, Juan I, Solimán I, Bernando de Aldana, un tal Reynoso…
Valoración: Así se escribe (y se olvida) la historia. ✮✮✮✮✮
Música: Danzas húngaras, del Benkö Consort ♪♪♪
Portada del libro La expedición del maestre de campo Bernardo de Aldana a Hungría en 1548.

Hay un castillo a la vuelta de Transilvania que, por muchos pelotazos que le lancen, aguanta sin resquebrajarse.

Se alza entre montañas y precipicios, y a sus defensores, los más animosos del país, no les faltan arcabuces para repeler a cualquiera que se acerque.

Las municiones de los asaltantes se agotan y no llegan nuevas. Los soldados andan mustios. Algunos capitanes hablan de desistir del imposible empeño.

Entonces el maestre les recuerda que poca fama se gana en las cosas fáciles de acometer, y que miren la honra y reputación que hasta el momento han ganado en aquellas tierras, no las vayan a perder ahora.

Efectivamente, toman enardecidos la fortaleza. ¡España!, ¡España!, se oye gritar a los que entran.

Peripecias así abundan a lo largo de La expedición del maestre de campo Bernardo de Aldana a Hungría en 1548. Edición del códice V.II.3 de la Biblioteca de El Escorial al cuidado de Fernando Escribano Martín.

El origen de todo es que al Rey de Romanos se le sublevan unos caballeros principales y solicita ayuda al Emperador. En aquellos días andan los reinos de la zona manga por hombro.

Tras la batalla de Mohács, veintidós años atrás, el avance turco se asemeja imparable. Muerto sin herederos Luis II, su cuñado Fernando de Habsburgo reclama el trono magiar. Lo que queda, al menos.

Pero, en el entreacto, el conde Juan Zápolya se hace coronar con el apoyo de los nobles, de manera que el conflicto está servido.

Fernando, que había nacido en Alcalá de Henares como hermano de Carlos V (y que terminaría heredando la corona imperial a su abdicación), se ve agobiado y le pide asistencia. El Tercio de Nápoles, al mando de Bernardo de Aldana, se pone en camino.

Desde Viena a Budapest, pasando por Bratislava y otros topónimos reconocibles, la expedición cobra un papel decisivo en el equilibrio de fuerzas. Asedio tras asedio trabajan, según el cronista, «lo que no se puede creer».

Melchior Balax, el Bajo Matías, fray Jorge, el rey Joanes, Cazum Bajá, nombres propios que figuran en las enciclopedias, se juntan con Pedro Montañés, Diego Vélez de Mendoza, García Jiménez o sencillos soldados como Domingo Rubio o un tal Reynoso, los primeros en escalar los muros de Leva.

También aparece Juan Bautista Castaldo, el malo de la película, empeñado en perjudicar a Aldana, que al final consigue su prisión. Le acusa de la caída de Temesbar y Lipa ante la marea de Solimán el Magnífico. De hecho, los expertos consideran que este libro fue escrito para demostrar su inocencia en el juicio.

En fin, valiosa y disfrutable aportación para recuperar los olvidos de la historia.


martes, 17 de diciembre de 2019

El Glorioso

Clave de lectura: Batería de babor, ¡fuego! Batería de estribor, ¡fuego!
Valoración: ¡Qué bueno! ✮✮✮✮✮
Música: Artaserse (Vo solcando un mar crudele), de Leonardo Vinci ♪♪♪
Portada del libro El Glorioso, de Agustín Pacheco Fernández.

Nos aprestamos a largar gavias, zafar cabos y que asomen las bocas de fuego por las portillas. Hay unos tipos que se acercan a todo trapo, ondeando la Union Jack, y no tiene pinta de que quieran echarse unos tragos de grog con nosotros.

El Glorioso, estimados guardiamarinas, navegamos a bordo del Glorioso. Por cortesía de Agustín Pacheco Fernández.

¿Lo he dicho alguna vez? A menudo, los hechos históricos se descontextualizan en el sentido de «lo buenos que eran nuestros antepasados» frente al malvado enemigo de turno. Y la historia no es eso.

No obstante, hay hechos que, se miren por donde se miren, merecen ser pintados con una pátina aventurera. Mítica incluso. Unos cuantos ocurrieron en los océanos.

Preguntas en el Reino Unido y hay una alta probabilidad de que les resulte familiar el Revenge, por ejemplo. O, en los Estados Unidos, la Constitution. Hasta el Vasa, que se hundió a plomo nada más salir del puerto, tiene un museo en Estocolmo.

¿Y el Glorioso? ¿Por qué razón no se le recuerda en la misma medida? Sus travesías parecen una pura película.

Son los tiempos de la guerra del Asiento (la de aquel Jenkins a quien cercenaron la oreja), y nuestro navío transporta un tesoro desde Veracruz hasta el Viejo Continente. Cerca de las Azores se topa con una flotilla británica que se dispone a perseguirlo.

Al día siguiente, como el viento no le permite tomar distancia, el capitán Mesía iza el gallardete, arriba a estribor y comienza el cañoneo. Tras mil y pico fogonazos, El Warwick y el Lark ponen proa en polvorosa. El Montagu, por si acaso, ya lo había hecho antes.

A la altura de Finisterre, más de lo mismo: los vigías avistan al Oxford, el Shoreham y el Falcon, que sobrepasan el curso del Glorioso y viran en pos de su estela.

Maniobra similar que efectúa Mesía, ganando así el barlovento y abriendo fuego por ambas bandas.

Pasadas varias horas, de nuevo la Royal Navy decide que lo deja. El buque español echa el ancla en la ría de Corcubión y desembarca la plata de sus bodegas.

En unos meses, reparado en lo posible de tronchaduras, se hace a la mar con destino El Ferrol. Pero, a resultas del mal tiempo, tiene que cambiar el rumbo a Cádiz.

Junto a San Vicente, el King George y el Prince Frederick se unen a la fiesta. ¿Resultado? El habitual: el Glorioso continúa la singladura dejando a los adversarios como un colador.

Amanece y el resto de la escuadra de su graciosa majestad que surca aquellas aguas se une a la caza. El Dartmouth se acerca el primero con pabellón danés, pero la treta no cuela. La pólvora vuelve a tomar la palabra.

En esta ocasión, el Dartmouth sufre peor suerte que sus predecesores: vuela por los aires y se hunde.

Ya la arboladura anda estropeada, la verdad. Lejos de un fondeadero no resulta sencillo el arreglo. El tres puentes Russell, que entra en escena con un par de fragatas de escolta, va a sacar de ahí ventaja.

Desde las doce y cuarto de la noche del 19 de octubre de 1747, según el cuaderno de bitácora, hasta más allá de las seis de la mañana, no desmaya el combate a la luz de la luna.

Hasta que, agotadas las municiones y cualquier elemento metálico que se pudiera disparar, se acepta la rendición. El casco se subastaría por 12.100 libras en la Lloyd’s Coffee House de Londres y se desconoce su destino.

Me he extendido demasiado en el resumen, sin duda. Pero, ¿no tenía razón? ¿No se asemeja a una película?

Lo que tampoco puedo dejar de mencionar antes del punto final es la labor investigadora de Pacheco, ya que nos ofrece un recorrido por fuentes originales digno de encomio. Desde las vicisitudes de la construcción en el astillero de La Habana, hasta cartas y legajos de archivos que ilustran cada detalle de lo acontecido. Enhorabuena.


martes, 10 de diciembre de 2019

Marie Fredriksson

Hay personas fallecidas este año por quienes debería haber escrito aquí unas líneas.

Porque, en mayor o menor medida, hicieron algo que queda en la memoria.

En mayor o menor medida, su paso por el mundo se entrelazó con el de muchos de nosotros.

No fue la suya una canción en silencio…

(En recuerdo de Marie Fredriksson).


viernes, 6 de diciembre de 2019

Manifiesto cívico (XI)

Banderas de España, Asturias y Europa.

Si alguien ha tenido la paciencia de visitar más de una vez esta página sin darle inmediatamente al botón de «atrás» del navegador, se habrá dado cuenta.

Soy un convencido, tenaz, apasionado constitucionalista.

El sistema constitucional asegura que nadie, creyéndose por encima de los demás, pueda empuñar un látigo. Nos da equilibrio.

Es un puente hacia la pluralidad de pensamiento, donde los ciudadanos podemos expresar lo que queremos y lo que no queremos con respeto, sin aplastar a quienes tienen otra visión.

Si se hubiera empezado de cero en la isla de Robinson, con seguridad habríamos podido escribir algo diferente. ¿Mejor? Sí, por qué no: algo mejor.

Pero, con tantos cientos de años de errores a nuestras espaldas, de oportunidades al alcance de la mano perdidas, el resultado me parece razonablemente bueno.

Quizá por ello, tanto como me cuesta entenderlo, haya algunos que odian el espíritu del texto.

No conciben nada más allá de su tribu, no soportan otra ley que su voluntad egoísta. Ser bajo o alto, rubio o moreno, hombre, mujer o transgénero, ateo o devoto, o ir por la calle en paz, hablando en cualquier lengua que venga en gana, solo les resulta aceptable siempre que se trate de «los suyos».

Si no, no les gusta.

Pues aquí está, un nuevo año en el que celebramos el 6 de diciembre. Un nuevo año en el que no hemos caído derrotados.

Un nuevo año en el que decir con orgullo:

¡Viva la Constitución Española!

miércoles, 4 de diciembre de 2019

La teoría del todo

Clave de lectura: ¿Podemos intentar explicárnoslo todo? ¿Tenemos límites para esa comprensión?
Valoración: Bueno ✮✮✮✮✩
Música: Cosmos, de Vangelis ♪♪♪
Portada del libro La teoría del todo, de Stephen Hawking.

Stephen Hawking es un icono científico, alguien a quien la mayor parte de la gente propondría como ejemplo de «persona lista».

No obstante, hay colegas suyos que no lo consideran tan genial, al menos en sus publicaciones posteriores a los años 70. Le achacan un exceso de especulación para defender sus puntos de vista, en lugar de las demostraciones objetivas.

Una especie de «físico del pueblo» mediático, no indiscutible.

Yo, como miembro de ese pueblo, no tengo capacidad para juzgar. Apenas para ofrecer unas pinceladas de lo que me parece su libro La teoría del todo.

Esta obra recoge un ciclo de siete conferencias acerca del origen y el destino del universo. En orden cronológico, comienza por Aristóteles. Le siguen Ptolomeo, Copérnico, Galileo, Hubble…

Luego se adentra en las teorías de la gravedad de Newton y Einstein, cuyo corolario lo constituye el Big Bang.

La tercera sesión está dedicada a los agujeros negros, especialidad de la casa: cómo se forman y el motivo, según la relatividad general, de que nada capturado por ellos debería volver a salir.

Aunque, en la cuarta, la mecánica cuántica enciende una linterna en la negrura. Hay energía que sí consigue escapar.

Dicha mecánica nos aporta también la idea del espacio-tiempo finito en extensión, pero sin fronteras ni bordes. Cosas de las dimensiones...

Las diferencias entre el pasado y el futuro, incluso bajo leyes simétricas respecto al tiempo, se tratan en la sexta parte.

Para desembocar en los esfuerzos por desentrañar «la teoría». La gorda. Esa que consiga unir las interacciones: nuclear fuerte, nuclear débil, gravedad y electromagnética.

Porque, de manera tan fascinante como causa de irritación, las observaciones experimentales en cada parcela de la realidad, bien a nivel micro o macroscópico, no coinciden hasta el momento entre sí. ¿Qué verdades se esconden tras ese esquivo resultado?

Señalaba que yo no tengo capacidad para juzgar. Si el legado de Hawking tiene cumbres elevadas o no, dejo que lo valoren los expertos.

Pero sí puedo agradecerle por intentar hacernos un poco menos ignorantes.


jueves, 21 de noviembre de 2019

Mi Europa

Clave de lectura: Existió una Europa de grandes esperanzas… y grandes decepciones.
Valoración: Bueno ✮✮✮✮✩
Música: Réquiem Polaco (Chacona), de Krzysztof Penderecki ♪♪♪
Portada del libro Mi Europa, de Czeslaw Milosz.

Tiene una extraña belleza.

Una belleza del pasado. Como el lienzo de un maestro cuyos colores quizá hayan perdido su brillo, pero no la esencia de su mensaje.

Reflexiva. Melancólica. Elegante.

¿Triste? Cierto, una belleza triste. Por todo lo que pudo haber sido y aquello que por el contrario fue.

Esa es la atmósfera que nos envuelve cuando leemos Mi Europa, de Czeslaw Milosz.

Recuerdos, brumas de un mundo nacido para él de las cenizas, cuando la primera guerra decidió que algunos se llamarían polacos y otros lituanos.

Las familias habrían de repartirse a cada lado de las nuevas fronteras.

Y sus profesores les hablarían de glorias patrias y miserias al cruzar esa línea. Las naciones también se construyen en las aulas.

Milosz creció, hizo amigos, viajó, con una mochila y una canoa, para conocer por sí mismo el resto del continente…

Experimentó de primera mano el ascenso del comunismo y del nazismo.

Estuvo a punto de morir tantas veces… Si no relatara con esa naturalidad cómo escapó de todas ellas, apenas podríamos creerlo.

Y fue, tras la segunda guerra, tras haber sido elegido por los nuevos gobernantes de Varsovia para ejercer cargos diplomáticos, con el prestigio que daba la victoria, cuando comprendió que… no… No era eso.

No deseaba pertenecer a ningún lugar cuyo precio fuese una mente cautiva.

Quienes le habían jaleado en los círculos avant-garde le miraron desde entonces con desdén. Incluso le llamaron «traidor».

El Nobel de Literatura aún tardaría unos años en llegar.


domingo, 17 de noviembre de 2019

La República

Clave de lectura: Lo que sabemos, lo que creemos saber y lo que desconocemos.
Valoración: Fundamental ✮✮✮✮✮
Música: Orfeo y Eurídice (Danza de los espíritus bienaventurados), de C.W. Gluck ♪♪♪
Portada del libro La República, de Platón.

Atreverme a comentar con un mínimo de decencia intelectual La República de Platón requeriría que Atenea me hubiera concedido con mayor generosidad sus dones. Pero llegan hasta donde llegan y gracias...

Ahora bien, lo que sí puedo decir sin exponerme a la vergüenza es que se trata de una de las ¿cinco, siete, once, veintitrés…? —poner cantidades exactas carece de sentido— obras escritas que iluminan el paso del ser humano sobre el planeta.

En tiempos de turbación, cuando la esperanza de alcanzar un statu quo de armonía social se cuartea, leerla permite entender mejor unas cuantas cosas.

Entender, por ejemplo, que a orillas del Egeo inventaron lo que llamamos democracia, pero que ejercida irresponsablemente, sin ser conscientes de todo lo que esa bella palabra implica, no libra por sí sola de acercarse al precipicio.

¿No se votó democráticamente que Sócrates debía morir? ¿No se dejaron cegar los griegos por sofistas y gobernar por demagogos?

Y que la responsabilidad se aprende esforzándonos, cada uno de nosotros, en buscar «lo justo». Siendo íntegros.

Se aprende de verdad que lo importante en la vida, tanto como respirar, como comer, como beber, como amar, es buscar «algo más».

Ir más allá de las sombras a nuestro inmediato alcance.

Aquellas imágenes que vemos, en forma de reflejo, sobre la pared de nuestra caverna.