David Qualey toca Jesu, Joy of Man’s Desiring.
Música para la noche más larga.
Música, libros, fotos, historias, pensamientos, ficciones, viajes y qué sé yo cuántas cosas más...
David Qualey toca Jesu, Joy of Man’s Desiring.
Música para la noche más larga.
¿Música rara? No, no. Música tuva.
Ya sabéis, canto difónico del Asia Central.
Dadle una escucha...
Me levanté con la vaporosa sensación de felicidad que dan los días de fiesta.
El agua de la ducha estaba caliente, quedaba confitura de moras para desayunar…
Y me dije: todo está bien, vamos a echar un vistazo a las noticias.
Cinco minutos más tarde, me puse a buscar en la biblioteca un relato de Ray Bradbury. Ese que se titula El ruido de un trueno, en el que un tipo entra en las oficinas de Time Safari Inc.:
Una verdadera máquina del tiempo. —Sacudió la cabeza—. Lo hace pensar a uno. Si la elección hubiera ido mal ayer, yo quizá estaría aquí huyendo de los resultados. Gracias a Dios ganó Keith. Será un buen presidente. —Sí —dijo el hombre detrás del escritorio—. Tenemos suerte. Si Deutscher hubiese ganado, tendríamos la peor de las dictaduras. Es el antitodo, militarista, anticristo, antihumano, antiintelectual. La gente nos llamó, ya sabe usted, bromeando, pero no enteramente. Decían que si Deutscher era presidente, querían ir a vivir a 1492. Por supuesto, no nos ocupamos de organizar evasiones, sino safaris. De todos modos, el presidente es Keith. Ahora su única preocupación es...
Y durante el safari en el pasado pisa sin querer una mariposa y al final…
Bueno, es mejor leerlo. O verlo para creerlo. Porque…
Ha salido Trump.
Me atrevo a calificar de memorable la banda sonora que Roque Baños compuso para la bastante menos merecedora de recuerdo película Alatriste.
Una suite de concierto para demostrarlo:
Comienzo del reclamo en la contraportada: «El libro que está cambiando el mundo».
Ah, pues lo leo.
Continuación del reclamo en la contraportada: «Buenos días, pereza pretende decir por fin la verdad, toda la verdad, no la que algunos quieren hacernos creer».
Sí, sí, ya lo creo que lo leo.
Resumen del contenido: hay que rascarse en el trabajo lo que cada uno tenga pero cobrar religiosamente a fin de mes, con ánimo de que todo el tinglado se hunda.
Ya... Me está bien empleado por mirar las contraportadas como un primo.
Menuda soberana memez de Corinne Maier.
Es tan famoso y está tan valorado...
Nada, nada, no hay que esperar ni un segundo más. Vamos a leer El arte de amar, de Erich Fromm.
Por supuesto, la premisa de que no debemos dedicar nuestra energía vital a lograr el éxito y el dinero, el prestigio y el poder, sino a cultivar el arte de amar, me atrae como una piedra imán.
Pero cuando por fin llego a la última página, ¡por fin!…
Ya era hora...
Me parece que me quedo sin nada: ni éxito, ni pasta, ni prestigio ni expansión emocional ni gaitas. Voy a contracorriente de la opinión general.
¡Cómo me he aburrido!
P.D.: Como expiación por una crítica tan destructiva, pongo una música maravillosa de Abel Korzeniowski.
Yo nací en el valle, agua y arena.
Yo nací en el valle, lo dejé por ella…
Alberto Ginastera: Cantos del Tucumán.
La música de Schönberg, estupenda.
Los cantantes, muy bien.
El coro, muy bien.
La orquesta, muy bien.
El director, los bailarines, los submarinistas... Exacto, muy bien.
Sí, sí, había submarinistas. Y un toro. Y una damisela con atuendo (o no atuendo) de los de pasar frío. Escándalo, escándalo, escándalo...
El toraco lo dejó todo perdido, pero como luego echaban litros y litros de tinta sobre el escenario, unas manchas más…, pse.
El caso es que el público aplaudió con ganas. Bueno, quizá se manifestó cierta división de opiniones cuando iba a empezar el segundo acto.
Una radio desde la última fila rompió el silencio para informarnos de que el Atleti hacía progresar el balón por la banda derecha.
Hubo quien abogó por unas cuantas antorchas para localizar al amante de las emociones deportivas y echarlo a la pileta.
Por lo demás, éxito total de Moisés y Aarón.
Shakespeare in love es sin duda la banda sonora más reconocible (ganadora de un Oscar) salida de la imaginación de Stephen Warbeck.
Escuchemos...