domingo, 18 de noviembre de 2012

El terror

Bodas. Esponsales. Ceremonias nupciales.

Escalofríos cuando recibo los tarjetones de invitación. Porque el enemigo jamás descansa. La sombra que siempre me acecha querrá encararse conmigo una vez más, exhalándome su aterrador aliento.

Según van avanzando las manecillas del reloj, los entrantes, la vichysoisse, el sorbete de limón, la carne o el pescado, la tarta, el café, me vuelvo más parco en la conversación con mis vecinos de mantel: «Sí, no, ajá, quizás, hum…».

Sólo levanto la copa de agua.

Necesito mantener mis sentidos alerta. Necesito buscar el mejor sitio para ocultarme. Detrás de aquella columna, entre las hojas de aquella planta tan frondosa, cerrando el pestillo en el cuarto de baño…

El momento que temo se va acercando. La gota de sudor frío se instala permanentemente en mi nuca.

El momento en que… ¡Oh, no, ya empiezan!

¡La gente sale a la pista!

Presa del pánico, olvido las precauciones con el licor que había tenido hasta entonces. ¡Rápido, camarero, tráigame cualquier cosa! En vaso largo, que pueda excusarme por estar ocupado sosteniéndolo. Ah, y con hielo: on the rocks, muchos, muchos rocks, que tarden en derretirse.

A pesar de ello, existe el riesgo de que alguien se acerque, llegue a atisbar mi presencia en el escondrijo elegido e insista en que abandone mi bucólica paz: «¿Pero qué haces ahí? Venga, a mover el esqueleto, ¡a bailar!».

Y yo, el color de la faz ascendiendo a los tonos más cálidos de la escala cromática, niego con la cabeza. Los nudillos se aferran con fuerza al cristal del vaso.

Los servidores del terror, el ejército oscuro, salen de todas partes. Me agarran del brazo, me empujan, pretenden arrastrarme sobre el entarimado, hacerme perder el sentido del equilibrio, de la dignidad y quién sabe qué otras maldades.

El pánico hace bombear mi sangre. Huyo, escapo perseguido por sus rítmicos pies, por la voracidad de los altavoces que retumban a mi alrededor, enloqueciéndome.

No, no, no… ¡No me atraparéis!

¿Bailar? ¿Yo? El terror…


3 comentarios:

Sandra Montelpare dijo...

El carnaval carioca es la peor hijadeputez que se haya inventado y eso aplica para fiestas de casamiento, cumpleaños de quince, bautismos y demás. Ni hablar cuando te quieren presentar gente con la excusa de que estás sola. Hay necesidad? En serio. Gente que termina con la corbata como vincha cantando desaforadamente. Me la baja, nonono Si el lugar del evento tiene exteriores me voy afuera y desaparezco. Si no, me voy al baño vuelvo, despliego un arsenal de recursos para zafar. Mis respetos totales, Manne. Te comprendo. Saludos van!

Winnie dijo...

Desde luego has conseguido describirlo como una escena realmente terrorífica jaja Un beso

erato dijo...

Pero qué cosas te ocurren, Mannelig! Un beso