miércoles, 28 de julio de 2010

El duelo

Lugar: un autoservicio de comidas que no recomendaría a nadie a este lado del río Pecos. Hora: el día ha sobrepasado ya su cenit. Los habituales del lugar dan vueltas, comprobando el contenido de los diferentes potes, ollas y sartenes, recelosos de acallar los gruñidos del estómago con las poco apetitosas propuestas del cantinero.

Yo también merodeo entre la multitud, oteando dónde podré sentarme. En el horizonte distingo un sitio vacío. A cada paso que doy para alcanzarlo, antes de que otro más rápido me lo arrebate, el cuchillo y el tenedor van entrechocándose sobre mi bandeja con un sonido argénteo, semejante al de espuelas: clin, clin, clin...

El camino se estrecha, se convierte en un desfiladero: debo pasar entre dos grandes mesas y sólo cabe una persona a la vez. En ese mismo momento, un grupo viene en sentido contrario, acaudillado por alguien con la misma determinación. Se detiene. Me detengo. Nos miramos escrutadoramente a los ojos...

Los halógenos del techo inciden sobre nuestras facciones, llenándolas de aristas de luz y sombra. A pesar del aire acondicionado, una gota de sudor se forma en las sienes. El tiempo ha quedado casi suspendido. Cuando por fin vuelvo a mover los músculos de mis piernas, es como si todo ocurriera a cámara lenta.

Retrocedo. Me aparto. Se cierne sobre mí la amarga derrota, planeando con sus alas de zopilote. Él cruzará primero.

Al fin y al cabo, se trata del presidente de mi empresa. Demasiado sheriff para un humilde pistolero.


lunes, 19 de julio de 2010

South Pacific

Segunda Guerra Mundial en una isla del Pacífico Sur. Nellie es enfermera de la marina estadounidense y Emile, francés, dueño de una plantación. Los dos se han enamorado. Los dos creen que no son correspondidos.

¿Cómo podría quererme? —piensa Nellie—. Es tan atento, tan culto, tan cosmopolita, y yo sin embargo no había salido nunca de Arkansas. Jamás se fijaría en alguien como yo.

¿Cómo podría quererme? —piensa Emile—. Es tan joven, tan natural, está tan llena de vida... Podría tener a quien ella quisiera. Jamás se fijaría en alguien como yo.

El teniente Cable llega desde Guadalcanal para preparar con otros oficiales una peligrosa misión. Emile ha vivido en la zona adonde se dirige, ocupada ahora por los japoneses. Les vendría muy bien que fuera su guía.

Nellie piensa que en realidad apenas conoce a ese hombre. Asegura a las demás enfermeras que va a quitárselo de la cabeza sin problemas. Vuelven a encontrarse y él se juega el todo por el todo: le pide que se casen. Ella acepta.

Hay tramas paralelas con el marinero Billis, mujeriego empedernido, y Bloody Mary, vendedora tonkinesa de faldas de hoja de palma, así como con su hija Liat y el teniente Cable.

Emile rechaza tomar parte en la misión que le solicitan, no quiere separarse de Nellie. Organiza una fiesta para que conozca a sus amigos. No pueden contener su felicidad por estar juntos y rememoran todo lo ocurrido los últimos días.

Finalmente, le presenta a Jerome y Ngana, dos niños encantadores. ¡Sorpresa!, son sus hijos. Y su piel no es blanca, ya que Emile había estado casado con una mujer nativa. En el mundo de Nellie, los blancos están a un lado y los demás al otro, no se puede cruzar esa línea. No tiene más remedio que abandonarle.

El teniente Cable también ama a Liat, y también sabe que es algo imposible. Le explica a Emile que Nellie o él mismo no han nacido con prejuicios raciales, sino que les han sido inculcados por la sociedad desde pequeños. No les es fácil evitarlos.

Emile acepta entonces acompañarle en su misión, ya nada importa. Gracias a ellos, los bombarderos hunden unos buques enemigos y comienza una gran ofensiva. A cambio, zeros nipones acribillan a Cable. Emile escapa milagrosamente, pero es dado por desaparecido.

Nellie conoce los informes. Arrepentida, desesperada, se da cuenta de su error. ¿Es demasiado tarde? Los niños le enseñan una canción: Dites-moi, pourquoi la vie est belle. Emile llega y se une al coro. Familia feliz, público feliz, final feliz.

South Pacific. Música de Richard Rodgers, letra de Oscar Hammerstein II. Un clásico de Broadway.


viernes, 16 de julio de 2010

La fuga de Logan

Clave de lectura: Huida de una sociedad futurista llevada al cine.
Valoración: Bueno ✮✮✮✮✩
Música: La fuga de Logan, de Jerry Goldsmith ♪♪♪
Portada del libro La fuga de Logan, de William F. Nolan y George C. Johnson.

La fuga de Logan, novela escrita por William F. Nolan y George Clayton Johnson, dio origen a una película y a una serie televisiva. Sus protagonistas viven en el año 2116, en una sociedad donde las necesidades de los ciudadanos están previstas y cubiertas por el Pensador, un cerebro electrónico omnisciente. Para ser feliz no hay más que dejarse llevar.

La única pega sería que todos han de morir a los veintiún años. Perdón, morir no: someterse al sueño. Debido a la superpoblación y las guerras de siglos pasados, los recursos del planeta están limitados a un número fijo de personas. Un cristal implantado en la palma de la mano cambia de color para avisar de que va llegando el momento.

El triunfo del sistema es que la gente haya interiorizado ese destino, excepto un grupo de rebeldes. Cierto rumor hace referencia a un santuario donde vive Ballard, un viejo de más de veintiuno. Una leyenda sin fundamento, claro está. Pero Jessica 6 cree en ella y quiere escapar.

Logan 3, por su parte, es un vigilante. Tras abatir a uno de los rebeldes, hermano gemelo de Jessica, comienza a investigar en su entorno. Y bueno, como suele ocurrir, chico conoce a chica, chica cambia la forma de ver el mundo de chico.

Ahora les toca correr, mientras Francis, el antiguo compañero de Logan, les pisa los talones. Rápido, rápido...


sábado, 3 de julio de 2010

En el banco

Un montón de billetes.

Paso a primera hora de la mañana por el banco, a hacer una gestión. Ningún otro cliente, sólo la señorita que me atiende y la directora de la sucursal, hablando por teléfono en su despacho.

Entro y expongo el motivo de mi visita. La señorita sonríe. Varios fajos de billetes alineados sobre su escritorio indican que se fía de mí, es como si me estuviera enviando un mensaje: Venga, agarra el dinero, ráptame, huyamos en un deportivo rojo descapotable y hagamos locuras. Yo seré tu Bonnie y tú serás mi Clyde...

Pero siéntate, por favor. La directora ha salido del despacho y rompe el momento. Has venido a invertir, ¿a que sí? Déjame que te explique: bonos, fondos, planes de pensiones, bla, bla, bla...

No, no, no... Prefiero la imagen anterior. ¿Cuántos habrán sucumbido a ese perverso plan de los agentes del capital? ¿Cuántos habrán llegado aquí únicamente para recoger o entregar tal o cual papel y han sido convencidos de entregar sus escuetos ahorros a la voraz maquinaria del sistema? Ah, pero no podréis conmigo. Vámonos, Bonnie...